Vicente Zorita
Conocí a Vicente cuando se instaló en nuestra tierra para trabajar como administrativo en la acería Altos Hornos de Vizcaya. Nació en Ponferrada, León, en el año 1920, ciudad en la que pasó su primera juventud, hasta que sus padres decidieron trasladarse a Madrid para que sus seis hijos pudieran estudiar la enseñanza media y si fuera el caso la universitaria. Su padre fue un hombre muy emprendedor de tal manera que en la capital de España fundó una empresa denominada Canteras del Jarama que dio empleo a trescientas personas. Tenía un hermano muy afamado, el comandante Zorita, por ser el primer piloto militar español que atravesó en 1954 la barrera del sonido. Lamentablemente falleció tiempo después, en 1956, en un accidente, al entrar en barrena la avioneta que pilotaba. No tuve tiempo de tratarle asiduamente pero todavía conservo la cordialidad de su sonrisa.
Su llegada a la política fue a través de un partido denominado Democracia Social, integrado en Alianza Popular, y junto a otros representantes sindicales de diversas empresas de la margen izquierda, se dispusieron a pelear organizadamente por el centro derecha no nacionalista vasco en los inicios de la transición. Vicente estaba entre los llamados y dijo que sí porque para entonces le indignaba la actitud del nacionalismo radical y la actividad terrorista de ETA. Todo esto sucedió en los inicios de 1977.
No me extraña que le llamaran para participar en la política porque era un hombre extraordinario. Tenía mucho prestigio en su trabajo por su carácter bonachón, afable, divertido y además muy resolutivo de los problemas que encontraba. Peleó siempre por la mejora laboral de sus compañeros y la verdad es que lo hizo muy bien.
En poco tiempo formó parte de la estructura provincial de Alianza Popular como miembro de la junta directiva provincial, pero me parece a mi que aunque no hubiera sido tan bueno y eficaz le hubieran llamado de la misma manera, porque ya se sabe que el centro derecha en aquellos años era una organización sin afiliados por el miedo lógico que sufría la gente al terrorismo y la exclusión social. Le nombraron tercero de la lista en la candidatura de marzo de 1980 al Parlamento Vasco y no salió elegido.
Fueron unos años dificilísimos. Yo que soy de Santurce al igual que mi familia, nunca conocimos nada igual en lo referente al odio que destilaban por su negra conciencia los amigos de los terroristas. Mi madre aprendió de mi abuela el vascuence porque fue su idioma de cuna, pero el pertenecer o poseer las señas de identidad más importantes de la cultura vasca según los nacionalistas no nos libraron de la persecución nacionalista; o pensabas como ellos o te convertías en su objetivo.
Vicente no se arredró y jamás permitió que el miedo callara sus juicios. En este sentido fue muy valiente y en su cuadrilla de amigos opinaba con la máxima libertad, especialmente cuando asesinaban a un policía o militar, que es lo que buscaba entonces ETA con más insistencia, porque le enervaba la injusticia de los asesinatos, especialmente de los pobres funcionarios que llevaban uniforme. Cuando el ambiente se enconó todavía más le dije a Vicente que tuviera cuidado con su hablar, que fuera prudente por lo que más quisiera. Un hermano suyo residente en Madrid le dijo personalmente que tuviera mucho cuidado porque un año antes habían asesinado al pobre Modesto Carriegas y a Luis Uriarte, y que el, al ser miembro e ir en las listas de Alianza Popular le podría pasar algo. Siempre respondió con un no tengo miedo y su convencimiento de que nunca sería objetivo de nada ni de nadie.
Fue el viernes catorce de noviembre de 1980 cuando lo asesinaron. Al ser el inicio del fin de semana quise sorprenderle con unas de esas cenas que tanto le gustaban y que le hacían cantar maravillas de mi cocina y de la atención que en la familia siempre pusimos por el padre, porque nunca le costó nada decir piropos y agradecer las atenciones que le dábamos con tanto cariño. El plato principal se trataba de cabeza de cordero asado, y en su confección me esmeré esa tarde. El había estado de ronda, tomando vinos, con los amigos por la calle Capitán Mendizábal, como hacían todas las tardes después de acabar la jornada laboral. Sé que a las nueve y pocos minutos venía hacia casa, porque nuestra hija pequeña Chari lo vio y extrañada me preguntó: ¿dónde está papá, porqué tarda tanto en subir a casa si le he visto abriendo el portal? Ahí fue donde lo cogieron, justo cuando iba a abrir la puerta del portal. Hicimos enormes esfuerzos para que ni en los peores augurios supusiéramos que lo iban a asesinar, y cuando la duda se hacía ya insoportable la policía nos avisó que habían encontrado su cuerpo querido acribillado en la falda del monte Serantes con una pequeñita bandera española dentro de su boca a modo de mordaza. Al recibir la noticia el mundo se hizo negro y para nosotros dejó de existir durante un largo rato la vida, todo aquello por lo que habíamos luchado, la razón de nuestra existencia.
Ahora no recuerdo si el funeral celebrado en nuestra parroquia de Santurce fue al día siguiente. Hubo mucha gente acompañándonos, recuerdo la presencia del Presidente Nacional, Manuel Fraga acompañado de numerosos dirigentes del Partido, tanto en la misa funeral como en el momento de la sepultura en el cementerio, y también cómo la policía tuvo que dispersar a porrazos a muchos nacionalistas radicales que gritaban llenos de odio su constante mátalos, mátalos, al salir el féretro de la iglesia. No sé cómo piensan construir así su quimera.El 14 de noviembre lo mataron y a últimos de mes nos tuvimos que marchar de mi pueblo, de la tierra en la que nació, vivió y murió mi familia desde varias generaciones. Allí no había quien respirara. Empezamos a recibir amenazas por teléfono. A mi hijo Enrique, la Guardia Civil lo tuvo que sacar de su casa con su mujer y su hijo pequeño de un año diciéndole que no podían asegurar su integridad física y que se fueran del país vasco. A mi y a mis hijas Elena, María del Carmen y Chari, que entonces vivían conmigo, nos dijeron lo mismo y nos fuimos para siempre. Tiempo después volvimos ocasionalmente y por escasos días por razón de alguna reunión familiar e incluso en esos momentos recibíamos llamadas a las tres o cuatro de la mañana diciéndonos: sabemos que estáis aquí… y que como nos os larguéis iremos de nuevo a por vosotros… El día doce de diciembre Manuel Fraga me recibió junto con mi familia en su despacho del Partido en Madrid.
Recuerdo que coincidiendo con el aniversario del asesinato acudimos toda la familia a la ofrenda en el cementerio y al homenaje que el Partido Popular realizó en un hotel de Portugalete el dieciséis de noviembre del 2005.
No hemos vuelto, desde luego, porque no reconozco en el silencio vergonzoso de la gente, en la denigrante cobardía con la que respondieron a las muertes, a la tierra mía y de mis antepasados, al solar entonces florido en el que conocí a Vicente y con el que sigo os los días.